«Desarrollo Económico acaba de presentar un proyecto de desarrollo inmobiliario en una zona crítica para el patrimonio, justificándolo como Distrito de las Artes. Buenos beneficios, pocas exigencias.
Hay momentos en que hay que hacer una pausa y saludar el ingenio ajeno a la hora de inventar negocios. A quienes acusan al actual gobierno de esta ciudad de falta de imaginación, de visión corta, no entienden que las energías no se enfocan a la administración pública o al bien común. Buenos Aires es un gran campo de negocios y, como capitanes de la industria, ellos saben verlos.
Una prueba de que sí hay visión es el proyecto de ley de Promoción de Actividades Artísticas que el Ministerio de Desarrollo Económico acaba de enviar a la Legislatura porteña. El título puede entusiasmar, pero el texto revela que se trata de una herramienta para crear un negocio inmobiliario en un sector del sur porteño.
El perímetro que abarca el proyecto como “Distrito de las Artes” es grande: Regimiento de Patricios, Pi y Margall, Piedras, Martín García, Tacuarí, San Juan, Huergo, Elvira Rawson de Dellepiane, el frente de la Dársena Sud y la ribera norte del Riachuelo. El sector incluye una dosis masiva de piezas patrimoniales, pero el proyecto no menciona la palabra “patrimonio” ni siquiera una vez.
Lo que busca esta ley es dar ventajas impositivas a quienes instalen sedes donde se impulse “la formación, creación, producción, gestión y difusión de obras artísticas. En párrafos aparte se explicita que también se incluye “la comercialización” de estas obras y la venta de servicios e insumos para esas actividades.
A partir del artículo cuarto el proyecto empieza a mostrar su verdadera alma. Los destinatarios son quienes “realicen inversiones a través de la compra o locación de inmuebles en el Distrito de las Artes”, “realicen ampliaciones, reformas o refacciones” o simplemente inviertan en emprendimientos que hagan algo de todo esto. Quienes entran en esta categoría pasan a ser Desarrolladores de Infraestructura Artística, con mayúsculas en el original. Las entidades educativas y quienes tengan “estudios de artistas” –definidos con gran amplitud como edificios residenciales “con facilidades de uso común para la realización de actividades promovidas”– también serán incluidos.
El capítulo II del proyecto entra en detalles y por fin le da vela en el entierro al Ministerio de Cultura. La vela es corta, la de compartir la responsabilidad de crear un Registro del Distrito de las Artes que conceda el papelito necesario para lograr “los beneficios de la presente ley”. Estos beneficios dependen de la “facturación, superficie ocupada, cantidad de empleados y/o masa salarial”, lo cual indica que la movida no es para artistas que empiezan ni bohemios de bohardilla.»