La pregunta de fondo es por qué tanta insistencia (en pavimentar). El ministro del rubro, Diego Santilli, es perfectamente inocente de cualquier conocimiento técnico –es un contador metido a político– con lo que no se puede sospechar que venga con esas ideas fijas que suelen tener arquitectos, urbanistas o paisajistas. Tampoco sabe nada de ecología –su cartera incluye el ambiente y el espacio público– y eso explica que descarte al empedrado como un tratamiento permeable de grandes superficies.
Tal vez Santilli simplemente piensa que el asfalto es progreso y que hacer obras, cualquier obra, gana votos y sube puntajes. Siempre es posible que reciba órdenes de sus colegas que sí saben lo que hacen, como el ministro de Desarrollo Urbano Daniel Chaín, su secretario Héctor Lostri o el mismo Mauricio Macri. Todos son gente de la industria, todos saben que hay una recesión en la construcción y que hay que ayudar a los amigos.
La cosa es que el desafortunado Santilli está coleccionando amparos que le frenan las obras justito cuando su nombre suena a candidato –sus ministeriados le desean una grata carrera lejos de su actual puesto– y un tendal de vecinos indignados. Esta semana, la jueza Cecilia Lourido prohibió finalmente que se pavimenten los adoquinados de Palermo, en un fallo bastante tajante y amplio que suspende toda posibilidad de retomar los trabajos y pagarles a las empresas de la industria mimada.