En Terrero 279, la ciudad guardaba una de sus últimas quintas, una esquina con verja y palmeras, un delicado portón y una casa que era un ejercicio en clasicismo minimalista, pura proporción sin ornamento. El terrenón era una tentación para la especulación inmobiliaria y por supuesto cayó, no demolido, sino bastardizado en una obra que se lo está llevando para arriba. Lo peor del caso es que ni siquiera queda en claro si la obra es legal o no, porque las autoridades porteñas ya están llevando la confusión al nivel de un arte.
Feb
15