El destino de los vagones de madera belgas de la Línea A, que languidecen en las poco interesadas manos de la empresa de subtes porteña, sigue siendo materia de debate. Esta semana se reunió la Comisión de Cultura con la de Obras Públicas para tratar nada menos que cuatro proyectos sobre estos trenes, de los diputados Aníbal Ibarra, María José Lubertino, Rafael Gentilli/María Rachid y Julio Raffo. Las ideas van de preservar los vagones y volver a usarlos, a guardar algunos de muestra y vender los demás. Peligrosamente, circula un proyecto “de consenso” que incluye esta posibilidad.
El menjunje arranca bien, ordenando conservar los vagones y ratificando que son parte del patrimonio cultural de la Ciudad en la categoría de “colecciones y objetos”, según la Ley 1227. Sigue bien, ordenando que se siga usando “la mayor cantidad posible” de los coches, aunque “fuera del horario comercial”, adaptados y puestos en valor. Hasta se ordena que se regale uno al gobierno de Bélgica y otro a la CGT belga con sendas placas de agradecimiento de los porteños a la calidad del producto.
Luego viene una excesiva generosidad con lo nuestro. Es que el proyecto permite donar vagones en comodato a museos, organizaciones sin fines de lucro y organismos porteños, siempre y cuando prometan mantenerlos y dar acceso al público. Pero también se permiten las “cesiones onerosas”, que es la frase en burocratés para decir “venta” de los vagones, a museos privados del país y del extranjero. ¿Y quién está cargo de todo esto? Sbase, la misma empresa porteña que armó todo este lío.
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