«La Roccatagliata con la obra suspendida» (Página12)
La quinta de los Roccatagliata en la avenida Balbín tuvo un importante fallo favorable cuando el juez porteño Lisandro Fastman confirmó la suspensión de la horrible obra en esa esquina. La Asociación Civil Amigos de la Estación Coghlan y Basta de Demoler se presentaron pidiendo un amparo para proteger el edificio y bloquear el proyecto, no lo consiguieron y apelaron a la Cámara. Mientras la Sala Tercera decide el caso, la desarrolladora comenzó a cavar y por eso los amparistas pidieron la medida de suspensión. La lógica es no encontrarse con un hecho ya consumado cuando la Cámara decida el fondo de la cuestión.
El caso Roccatagliata tiene puntos en común con el del Ovni de la avenida Caseros por el despropósito del diseño de la obra nueva. En Barracas se trata de un edificio inspirado en una CPU, y para peor pintado de verde neón, a colocar entre edificios catalogados y en un Area de Protección Histórica. El edificio ni siquiera es demasiado grande y ciertamente no es una torre insalvable, con lo que no se entiende por qué los desarrollistas eligieron un diseño tan chocante, tan rupturista: ¿son los padres del autor? Si fuera el caso, es hora de una buena charla padre-hijo.
Algo similar ocurre en Coghlan, un barrio bastante preservado y todavía residencial. La quinta es una linda casa italianizante de las que ya no quedan en esta ciudad maltratada, y un testigo del pasado rural del barrio. El diseño de la obra nueva es simplemente una desmesura que aprovecha que el terreno es en esquina para crear dos “pantallas” de 12 y 27 pisos de altura formando un ángulo recto. En el medio queda la quinta, transformada en una suerte de club house y reducida a una escala de maqueta por la altura de los dos edificios a construir. Justamente, la bronca de los vecinos –que es notable– viene por la enormidad de los edificios que se planean y por su textura simplemente enemiga de todo entorno existente. Los edificios fueron diseñados como bloques vidriados de un modernismo inmitigable, sin ninguna concesión ni a la quinta ni al barrio. Por eso, al ver los renders los vecinos entendieron el diseño como una provocación, lo mismo que en Barracas con el Ovni, así bautizado por los que vieron los dibujos.
Como en ninguno de los dos casos se está hablando de una demolición patrimonial –en Caseros había una fea estación de servicio y en Balbín se preserva la quinta, muy maltratada por sus dueños anteriores– la cuestión central pasa por la escala abusiva y por la creación de los arquitectos. ¿Es posible que haya que ir a la Justicia para frenar el mal gusto de los profesionales? Y después se quejan porque no los convocaron para el Museo Malvinas…
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