«Hay cosas realmente incomprensibles: que el Citibank le cambie el nombre al Teatro Opera y espere aplausos, que Nike ni perciba el escándalo de que un franquiciado cierre la Richmond, que Coca-Cola ponga un megacartelón cegador que quiebra la ley. Parece que las multinacionales se contagian del estilo dale que va que impera en Buenos Aires y meten las de andar de un modo olímpico, dañino para sus marcas.
La última víctima de la infección es Starbucks, la cadena de café que se expande por la ciudad como un hongo. En Estados Unidos, Starbucks es un alfil del comercio justo, de la ecología y de cuanta causa políticamente correcta circule (por algo son de Seattle). Pero parece que por aquí se dan todos los lujos: la nueva sede de la cadena se está construyendo sin permiso en el muy histórico edificio Wolf, el de Perú y Belgrano, con sus gárgolas y sus cupulines con los símbolos del Imperio Austrohúngaro.»