Una de esas casas nobles y sencillas es la de Evaristo Carriego, el poeta coplero que fascinaba al joven Borges, vecino de Palermo –en lo que era La Antártida en sus tiempos mozos y ahora es Palermo Viejo– seducido por los cuchilleros y malevos. La casa del poeta es un pura sangre del encuentro entre tradición criolla y ornamento italiano, simple pero no severa, perfectamente proporcionada y con zaguán y patios. Desde hace muchos años es una biblioteca municipal y hasta que la dejaron caer en el abandono material era peña y lugar de encuentro de esa comunidad tan maltratada, el escritor desconocido.
El gobierno porteño acaba de anunciar que se va a ocupar de la biblioteca. Pero no para arreglarla y restaurarla sino para “ampliarla y actualizarla”. Pese a que el edificio es patrimonio edificado, pese a que siendo del Estado y teniendo más de cincuenta años tiene que ser tratado con criterios especiales, lo van a ampliar y listo. Y el que encarga las obras no es alguna Dirección General de Negocios Ignorantes. Es el Ministerio de Cultura que encabeza Hernán Lombardi, un funcionario que debería estar haciendo cumplir estas leyes a los demás.
En castellano simple, demoliciones internas, cambio de espacios, un piso entero de más y finalmente volver a colocar baldosas y herrerías. Exactamente lo que pasa por reciclado en los locales de Palermo Viejo, Honduras arriba, pero muy por debajo de lo que debería ser el standard de trabajo del Ministerio de Cultura porteño. Lo nuevo, entonces, es que no sólo el ministro Lombardi se dejó correr por su colega de Desarrollo Urbano Daniel Chaín cuando, muy al comienzo de su gestión, amagó ganar poder de control del patrimonio, sino que ahora destruye el suyo propio.