La pieza está en la Plaza Lorea, a 200 metros del Congreso, y fue comprada por el pintor, crítico, periodista e historiador Eduardo Schiaffino, fundador de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes y director del Museo Nacional de Bellas Artes. Schiaffino fue enviado por el Honorable Concejo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires a París en julio de 1906 para adquirir estatuas para lugares emblemáticos de la ciudad. Schaffino vio “El Pensador” en el Panteón parisiense y le encargó un ejemplar al escultor para colocarla en las escalinatas del Congreso.
Esta información surge de la pormenorizada investigación que realizó hace unos años la entonces diputada porteña Teresa de Anchorena, para fundamentar un proyecto de ley, que le encomendaba al Poder Ejecutivo porteño suscribir un convenio con el Congreso para que la obra retornara al emplazamiento que originalmente tenía previsto. La ubicación actual, fuera de escala y de contexto, se debió a que al llegar la escultura al país, el edificio del Congreso no estaba terminado. Este incumplimiento del propósito para el cual se compró la obra e incluso de los deseos del propio artista, motivaron un airado reclamo de Schiaffino –ya fuera de la función pública– que en 1927 escribió que “han pasado veinte años y todavía la obra maestra continua sacrificada. En esa plaza inmensa, parece una mosca sobre un billar”.
Ya han pasado 104 años desde que la escultura arribó a Buenos Aires y tres desde que la Legislatura porteña sancionó la Ley 2932, que ordenaba el traslado de la obra para cumplir con su emplazamiento original y porque en el lugar actual está en peligro. Luego de la sanción de la ley, el Gobierno de la Ciudad pagó una costosa restauración, pero nunca cumplió con el traslado. La gravedad de este incumplimiento quedó demostrada esta semana, porque la obra apareció completamente pintada de rojo –como dio cuenta Página/12 el martes– con un deterioro mucho mayor que el que presentaba en el momento en que se aprobó su traslado.
“El Pensador” es una escultura de primer nivel internacional, y cualquier país desearía tener una en su patrimonio. El gobierno porteño pregona la tan mentada capitalidad cultural de América latina, pero deja esta obra tapada por un mástil barato, al lado de un pelotero y un puestito de choripán. No es suficiente salir corriendo a limpiarla cada vez que el tema llega a los diarios, lo urgente e imprescindible es cumplir la ley y ponerla a salvo.