Los rápidos reflejos de la Legislatura porteña para salvar de su nuevo destino a la confitería Richmond, de la calle Florida, constituyen un caso piloto.
Por su ubicación en la memoria de la gente, el edificio del arquitecto Julio Dormal es un lugar único, que fue punto de encuentro de Borges, Marechal y Girondo, integrantes del grupo ubicado en las antípodas de los muchachos de Boedo.
Sin embargo, la reacción inmediata de vecinos y legisladores, la acción de la ONG Basta de Demoler y la repercusión mediática muestran cuál es el camino. En el otro extremo, están algunos ejemplos lamentables de decadencia, como son la gran tienda departamental Harrod’s y la Confitería del Molino.
Aunque no está dicha la última palabra, es una buena noticia saber que la Richmond dio batalla. Conservar el patrimonio en países como Francia o España no es una pérdida, sino una inversión, una poderosa ancla para impulsar el turismo receptivo.
Obviamente, la pregunta del millón será saber quién pondrá los fondos para recompensar al propietario, restaurar la propiedad y darle un destino que sea rentable. Si se piensa en el atractivo que tiene el Café Tortoni para los turistas, habrá que admitir que no es mala inversión salvar a la Richmond. Un buen ejemplo es lo sucedido con el Palacio Duhau.
Me tocó seguir de cerca el caso como miembro de la Comisión de Monumentos, y no hace falta decir que el mayor acierto para sus propietarios y para la cadena hotelera allí instalada es haber puesto en valor el pabellón palaciego de la avenida Alvear, convertido en el fondo de la foto como son la Nunciatura y el Palacio Maguire, con sus muros en peligro por la ferocidad vegetal de sus gomeros.
Existió el proyecto de convertir el Palacio Duhau en un centro de compras estilo shopping, que hubiera desvirtuado el piano nobile . Hubiera sido irreparable arruinar, por ejemplo, la boiserie del bar, pieza única en su tipo.
La ecuación patrimonio-negocio es compleja en el mundo entero. Para los franceses, conservar la arquitectura de París tiene el peso de una cuestión de Estado, sólo violada con la torre de Montparnasse, excepción carísima para el cielo de París.
Italia tiene el más grande patrimonio de la humanidad y varias señales de alarma. No solamente las gigantografías de Mario Testino cubren las fachadas del Palacio Ducal en Venecia; las autoridades romanas entregaron el Coliseo a la marca de zapatos Tod’s, que se ocupará de su mantenimiento.
Si el Coliseo tiene como destino llevar una marca de zapatos en el orillo, todo es posible.