Hace 31 años lo incendiaron y hace cuatro, casi lo tiran abajo. Ya le habían puesto cartel de obra y estaban abriendo un boquete. Pero esa herida en el edificio del pasaje Santos Discépolo 1857 movilizó a los vecinos que, recurso de amparo mediante, frenaron la piqueta. Porque la construcción que querían demoler para hacer una torre era nada menos que el teatro Del Picadero, cuna del ciclo de resistencia cultural Teatro Abierto. Una sala que, reconstruida y equipada a nuevo, reabrirá el martes de la mano del productor teatral Sebastián Blutrach. Su primer estreno será el musical Forever Young .
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Era una oportunidad . En 2007, la constructora D Buenos Aires había empezado a demoler el teatro. Su proyecto era sumar el terreno donde se emplazaba a otros que había comprado en la unión de avenida Corrientes con Riobamba y el pasaje Santos Discépolo, para levantar una torre.
Alguien de Basta de Demoler vio el cartel de obra por casualidad. La organización vecinal fue a la Justicia, porque una ley ordena que cuando se demuele un teatro hay que construir otro similar . Y logró una medida cautelar impidiendo la demolición.
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El Picadero es un símbolo de la resistencia cultural durante la dictadura. Fue inaugurado en 1980, por Guadalupe Noble y el actor y director Antonio Mónaco. Pero su destino de ícono quedó sellado cuando en julio de 1981 fue sede de Teatro Abierto, un ciclo de obras de autores de la talla de Aída Bortnik, Griselda Gambaro, Eduardo Pavlovsky y Roberto “Tito” Cossa.
“Teatro Abierto fue un movimiento que nació de los autores prohibidos en los teatros oficiales, en la televisión y en las cátedras donde se formaban actores, porque nuestras obras no se enseñaban –recuerda Cossa–. Y fue Osvaldo Dragún quien propuso hacer un ciclo con obras breves de 21 autores, para demostrar que ahí estábamos”.
Las obras empezaban a las 18 y la entrada valía la mitad que una de cine. La respuesta de la dictadura fue contundente. Una semana después, en la madrugada del 6 de agosto de 1981, arrojaron tres bombas de magnesio contra el teatro, que se incendió por completo . Sólo quedó la fachada.
“El teatro independiente o de arte funcionaba durante la dictadura –cuenta Cossa–. Se hacían obras, algunas para nada inocentes. Pero lo que el poder vio antes que nosotros en Teatro Abierto fue que era un hecho político más que teatral. No toleraban que nos uniéramos en defensa de la libertad para la cultura. Y con el atentado les salió el tiro por la culata: convirtieron a un hecho contestatario en una epopeya”. El ciclo, de hecho, siguió en el Tabaris y fue un éxito.
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“La reapertura del Picadero es una reparación y una respuesta a los años de horror –dice Cossa–. Blutrach va a dedicar un espacio a la memoria de Teatro Abierto. Eso sí: le vamos a pedir que le de más lugar a autores nacionales”.