De este modo el arquitecto mostró su desprendimiento con respecto a la casa de Guido Di Tella, que él construyó en 1968, y que ahora está en demolición.
“No me molesta que tiren esa construcción, las cosas no tienen que ser eternas. Lo que queda, queda. Lo que no, se pierde.”
Lo dice en particular, por la demolición de la casa que en 1968 construyó para Guido Di Tella, en el barrio de Belgrano. Lo dice en general por todas sus creaciones. Su obra: más de 12 construcciones que lo ubican entre los grandes nombres de la arquitectura latinoamericana. Un centenar que cuenta en su lista con la Biblioteca Nacional (1962) y el ex Banco de Londres (1959). Una trayectoria que lo consagró como “el más artista de los arquitectos”.
La casa Di Tella, en la calle Arribeños 1308, en el barrio de Belgrano, era, en sintonía con la figura de su propietario, un receptáculo de arte y vanguardia. Alguna foto que persiste en la Web muestra una larga galería con rampa, en la que se adivinan piezas: arte africano, incaico. Un museo doméstico alumbrado por la luz se filtra de a chorros. Ahora, detrás de la empalizada, lo que queda es un esqueleto, un laberinto desguazado de fierros, alambres y escombros. Los obreros trabajan en orden. El cielo gris amortigua los ruidos. La demolición se hace en silencio. Ya no se distinguen las líneas simples. Nada queda del hormigón a la vista. La demolición, que desde hace años era sólo amenaza, ahora es un hecho. Ahí se va, entonces, una de las construcciones del estilo brutalista, que se caracterizaba por el uso del hormigón. Ahí se va una de las pocas viviendas que realizó Testa en toda su carrera.
A lo largo de estos años hubo algunos intentos para preservarla. Dos proyectos, uno de la ex diputada Teresa de Anchorena y otro del diputado Patricio Di Stéfano, habían intentado protegerla de la demolición y solicitaban su catalogación preventiva, para ampararla de las modificaciones que pueda hacerle el propietario, en este caso, la Escuela Arlene Fern, ubicada al lado de la casa Di Tella. No fue una sorpresa. Ya en el 2008, el arquitecto Carlos Blanco, de la ONG Basta de Demoler, advertía: “El patrimonio edificado sin catalogar está desprotegido, bajo la tutela y el libre albedrío de los fluctuantes intereses del mercado. Su regulación y la valoración de su potencialidad como parte del acervo cultural de la Ciudad de Buenos Aires, es responsabilidad de las autoridades del GCBA, su Legislatura y la participación de la comunidad.” Hernán Lombardi, ministro de Cultura del gobierno de la Ciudad, no pudo responder sobre la pérdida que esto significa para el patrimonio arquitectónico de la Ciudad.
(…)
–¿Conservó los planos, alguna foto de la obra en construcción?
–Los planos quedaron en el estudio de Irene van der Poll y Luis Hevia Paul. O sea, está bien porque en realidad desapareció la casa y desaparecieron los planos –Testa ríe–. Te diré que a mí no me importa. Las cosas que uno hace no tienen que ser eternas. Ni por asomo se me ocurre eso.
–¿Ni siquiera le molestaría que demolieran la Biblioteca Nacional?
–Es más complicado derrumbarla… pero no, no me importaría. No creo que las cosas que uno hace sean para la eternidad. Son para el momento. Terminás los planos, terminás de construir y se acabó. A mí no me molesta para nada, porque las cosas son transitorias. Un edificio es una cosa viva. Se transforma.
–¿Y qué pasa con el arte que se pierde?
–Se pierde. La cantidad de obras de arte que se han perdido desde la época de los romanos… Es como si te dijera que me gustaría que la ciudad de Roma hubiera permanecido en el tiempo como era antes. No puede ser porque cambió todo. Cada cosa acompaña a su tiempo.
–¿No lo ve como parte de un patrimonio a rescatar?
–Las que quedan, quedan. Y si no, quedan fotografías.
–¿Cree que la ley debe proteger este tipo de construcciones?
–Es complicado. En una manzana hay seis casas, lotes diferentes. Es complicado cuando un lote es protegido sin que el Estado lo compre. El Estado debería mantenerlo. Prohibirle a un propietario que lo demuela… es complicado. Si el Estado lo quiere conservar, que lo compre y lo conserve. Al final, el que lo protege es el dueño del lote a la fuerza. Si el Estado quiere declararlo monumento histórico, que lo mantenga.
–¿Realmente no le pasó nada cuando le dijeron que demolerían la casa?
–Y no… si no, te pasarías la vida tratando de que no te volteen las cosas. Lo que queda, queda. Lo que no, desapareció. Punto.
Así, con una indiferencia templada, Testa exhibe su ateísmo artístico. A su espalda, una foto gigante, de la medianera de enfrente. Otra, de la esquina de Callao y Santa Fe. Y otra, de la misma esquina, casi el mismo ángulo, pero tomada hace casi 100 años. El paisaje es otro. Sólo perduraron en el tiempo dos iglesias, pero las cúpulas de ambas fueron tapadas por las decenas de edificios que ganaron altura con el correr de los años. “Los edificios son como las personas”, vuelve a decir Testa, custodiado por unas maquetas que realizó cuando era niño. Ellas sí permanecieron.