La casa del poeta que fascinaba al niño Borges sigue medio destruida por el gobierno porteño, que debería cuidarla y no se resigna al amparo que paró la demolición. La idea pavota era destruir por completo la casita de fines del siglo 19, dejar la fachada y hacerla toda a nuevo, en hormigón y con un piso más asomando por encima de la fachada. Para furia personal de la directora de Bibliotecas de la Ciudad, esta pavada fue frenada por los vecinos ante la Justicia. Es que aunque a los macristas les cueste creerlo, la gente no es tan zonza y distingue entre una maqueta y una casa de verdad.
Pues en medio de estos calores, la Carriego fue brevemente intrusada por un grupo que tenía toda la pinta de ser “squaters por encargo”. Una vecina escuchó ruidos y vio movimientos, y llamó a la policía y a los amparistas. Los supuestos ocupas se esfumaron pero la que apareció, curiosamente, fue la directora de Bibliotecas, que empezó a explicarles a los vecinos que estas cosas pasan porque no la dejan terminar su obra. La funcionaria, persona al parecer impulsiva y espontánea, no se dio cuenta de que estaba hablando con algunos de los amparistas…
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